Una historia perrona.

El otro día un amigo de mi papá que se llama Juan, que es argentino, nos invitó a su casa y dijo que nos podíamos llevar las bicis así que me la llevé. Iba muy tranquilo en mi bici pensando en que nada me podría pasar, giré el manublio y estaba en la calle donde vivían nuestros amigos, puse el pie en el pedal y aceleré a toda máquina para llegar antes que mi papá. Ya casi llegaba y alcance a ver que la casa que seguía tenia un perro pitbull feo y con un hueso y pensé: qué irresponsables son algunas personas que dejan a sus  perros aquí afuera sin correa. Al perro y a mí sólo nos separaba una valla. Ese  perro endiablado, con los dientes de fuera, comiéndose ese jugoso pedazo de hueso, te paraba los pelos de la nuca. Oí un ruido que sonaba como si un camión monstruo estuviera aplastando un esqueleto humano Crack!!!!, el perro había partido el hueso que por cierto era mas ancho que un libro que esta leyendo mi papá y de pronto pensé: si eso puede hacerle a ese hueso entonces ¿Qué me haría a mi? Estaba escondido bien aterrorizado y me acorde que  traía el celular, le mandé un  mensaje a mi mamá y otro a mi papá diciendo estoy escondido porque hay un perro bien feo. Luego vi a mi papá que estaba apenas dándole la vuelta a la esquina y  entonces, haciéndole señas con el brazo para que viniera,  él al ver apresuró el paso. Cuando llegó le explique todo y me dijo vente hijo ya hombre  yo le dije no mejor por enfrente y nos fuimos por enfrente y cuando íbamos pasando la casa en donde estaba el perro vimos a la dueña que estaba bajando la despensa.  Retiro lo dicho, sí estaba la dueña,  pero de cualquier forma  ¿a quien se le ocurre llevarse a su perro a comprar la despensa?... Solamente a los kiwis, ellos adoran a sus perros y los tratan como si fueran otra persona más en el mundo.